Es esa permanente contradicción entre tus ideas, deseos y todas las formalidades muertas y pretensiones vanas de tu civilización lo que te hace estar triste, inquieto y desequilibrado.
En ese intolerable conflicto pierdes todo el gozo de vivir y todo sentimiento de personalidad, porque en cada momento suprimen, reprimen y vigilan la libre expresión de tus poderes. Esa es la envenenada herida mortal del mundo civilizado.
Octave Mirbeau
El jardín de los suplicios, 1899