Durante los días del carnaval solía desfilar por el pueblo una colorida comparsa, sus integrantes bailaban alegremente al ritmo del estridente grupo de músicos que seguía sus pasos a corta distancia. Diablos, calaveras y entes afeminados se contorsionaban por las calles seguidos por una turba de chiquillos y curiosos, mi madre decía que eran las putas y borrachos del “cabaret”, que aprovechaban la ocasión para pedir dinero de puerta en puerta. Se detenían durante varios minutos frente a los negocios y casas para ejecutar su grotesco espectáculo y al finalizar éste, uno de aquellos extraños personajes extendía el sombrero para recolectar monedas entre los espectadores. El desfile duraba gran parte del día y deambulaba por todo el pueblo durante horas, algunos niños intentábamos seguirle gran parte del trayecto, pero en la medida que se alejaban y caía la noche, decidíamos regresar a nuestras casas. Nunca logramos seguir a la comparsa hasta el final de su recorrido ni comprobar si efectivamente este terminaba en el “cabaret” y, si justo allí, los bizarros personajes se despojaban de sus disfraces y surgían debajo de estos las putas y los borrachos que según mi madre habitaban en el prostíbulo del pueblo.
sábado, 13 de marzo de 2010
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