domingo, 14 de junio de 2015



Eso que llamamos el cielo no existe,
sólo es el suelo de nuestros dioses.
Los anhelos de los esclavos de la gravedad,
dan forma a esa invisible superficie
en que se apoyan los pasos de lo divino.

El privilegio de las alas se adquiere
por la genética de la infamia,
algunos deben volar para compensar
nuestra terrestre vulgaridad.

A veces los hombres tratan de alcanzar el cielo,
obedecen las leyes sagradas,
escalan sobre los menos audaces
y erigen endebles estructuras sociales.
Quienes lo han logrado, aseguran tener pruebas,
sus reliquias confirman la existencia del paraíso.

Yo he visto que sólo los niños
pueden acceder a ese territorio,
sin trámites ni pasaportes.
Nadie lo cree,
siguen apilando piedras.



Marzo de 1998

Imagen: La torre de Babel (De Toren van Babel), Pieter Brueghel el Viejo, 1563.

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