Eso que
llamamos el cielo no existe,
sólo es
el suelo de nuestros dioses.
Los
anhelos de los esclavos de la gravedad,
dan
forma a esa invisible superficie
en que
se apoyan los pasos de lo divino.
El
privilegio de las alas se adquiere
por la
genética de la infamia,
algunos
deben volar para compensar
nuestra
terrestre vulgaridad.
A veces
los hombres tratan de alcanzar el cielo,
obedecen las leyes sagradas,
escalan
sobre los menos audaces
y erigen
endebles estructuras sociales.
Quienes
lo han logrado, aseguran tener pruebas,
sus
reliquias confirman la existencia del paraíso.
Yo he
visto que sólo los niños
pueden acceder
a ese territorio,
sin
trámites ni pasaportes.
Nadie
lo cree,
siguen
apilando piedras.
Marzo de 1998
Imagen: La torre de Babel (De Toren van Babel), Pieter Brueghel el Viejo, 1563.
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