sábado, 13 de marzo de 2010


Durante los días del carnaval solía desfilar por el pueblo una colorida comparsa, sus integrantes bailaban alegremente al ritmo del estridente grupo de músicos que seguía sus pasos a corta distancia. Diablos, calaveras y entes afeminados se contorsionaban por las calles seguidos por una turba de chiquillos y curiosos, mi madre decía que eran las putas y borrachos del “cabaret”, que aprovechaban la ocasión para pedir dinero de puerta en puerta. Se detenían durante varios minutos frente a los negocios y casas para ejecutar su grotesco espectáculo y al finalizar éste, uno de aquellos extraños personajes extendía el sombrero para recolectar monedas entre los espectadores. El desfile duraba gran parte del día y deambulaba por todo el pueblo durante horas, algunos niños intentábamos seguirle gran parte del trayecto, pero en la medida que se alejaban y caía la noche, decidíamos regresar a nuestras casas. Nunca logramos seguir a la comparsa hasta el final de su recorrido ni comprobar si efectivamente este terminaba en el “cabaret” y, si justo allí, los bizarros personajes se despojaban de sus disfraces y surgían debajo de estos las putas y los borrachos que según mi madre habitaban en el prostíbulo del pueblo.

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